Se suele considerar el sintoísmo como la religión nativa de Japón, existente desde tiempo inmemorial. Pero se trata de una serie de tradiciones y prácticas que han visto grandes cambios a lo largo de los años, y continúan evolucionando como parte de las vidas de los japoneses.
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Una visita a la cuna del “sintoísmo oficial”
La noche del 2 de febrero de 2019 unos amigos y yo nos encontramos en el rincón sur del campus principal de la Universidad de Kioto. Nos unimos a una multitud de gente que se dirigía hacia el este, hacia el santuario Yoshida, el cual es en realidad un complejo con varios santuarios que se encuentra en una pequeña colina del este del centro de Kioto.
Nos movíamos con lentitud por la calle. Yo masticaba una salchicha. Mi esposa comía algunas verduras estofadas, servidas en una bandeja de papel. Varios de nosotros bebíamos de latas de cerveza por las que habíamos pagado demasiado. A medida que nos acercábamos al portón torii que marca la entrada al santuario, pasamos junto a coloridos puestos callejeros llenos de juegos, más comida grasienta y juguetes. Al parecer, los gorros con orejas móviles de conejo estaban muy de moda.
Existe una idea equivocada, pero muy extendida, según la cual los japoneses se ponen muy solemnes cuando pasan bajo un torii. Pero la mayoría de la gente a nuestro alrededor estaba charlando, bromeando y cotilleando mientras se acercaban al gran portón bermellón.
El personal uniformado de seguridad usaba cuerdas y bastones para controlar el tráfico de peatones, dejando que solo unas 20 personas entraran en el recinto del santuario cada vez. Algún pobre guardia tenía el poco envidiable trabajo de gritar roncamente instrucciones una y otra vez con un megáfono.
Una vez dentro del recinto del santuario en sí, nos detuvimos en mostradores atendidos por el personal con pinta de mercaderes del santuario para echar un vistazo a los diferentes amuletos y talismanes que se ofrecían. Consulté brevemente con mi esposa antes de comprar un cuidado paquete que prometía seguridad en el hogar (un talismán) y buena suerte (otro). Ya saben, por si acaso.
El santuario Yoshida posee un significado especial en la historia del sintoísmo. Una vez hechas las compras, caminamos hasta el Daigengū (el Santuario del Gran Origen), una estructura techada octogonal poco común, que solo se abre al público unas tres horas al mes.
Rodeando el Daigengū existen docenas de diminutos santuarios dedicados a las deidades (kami) de cada una de las provincias tradicionales de Japón. La idea es poder rezar cómodamente a todas las deidades de Japón desde un único lugar.
Este notable edificio es obra de Yoshida Kanetomo, un innovador del siglo XV que de alguna forma convenció a las élites políticas de su época para que le dieran control exclusivo para expedir licencias a sacerdotes que sirvieran a deidades “nativas” (es decir, no budistas), denominadas kami.
Hasta ese momento prácticamente nadie entendía el sintoísmo como una tradición de culto separada del budismo. (El budismo había entrado a Japón desde Corea en el siglo VI.) Al establecer un monopolio sobre las licencias clericales y tratar el culto a los kami como “local”, frente al culto extranjero, Yoshida Kanetomo estaba creando en realidad el sintoísmo en sí, como religión diferenciada.
¿Pero qué es el sintoísmo?
Una historia borrosa para un simple santuario
Una forma muy sencilla de imaginar el sintoísmo es ver los santuarios como lugares designados para la veneración de los kami. (Los expertos denominan “santuarios” a los edificios conocidos como jinja y jingū; llamamos “templos” a los lugares budistas para el culto.)
Las pruebas arqueológicas sugieren que los habitantes del archipiélago japonés llevan realizando rituales en determinados lugares desde principios de la era cristiana; algunos registros históricos antiguos indican que los humanos interactuaban con entidades numinosas denominadas kami (espíritus, incluyendo los espíritus de algunos humanos fallecidos), jingi (deidades celestiales y terrestres) o mono (fenómenos extraños). Pero los historiadores discrepan sobre si las antiguas referencias al culto a los jingi, por ejemplo, se pueden vincular directamente al sintoísmo de hoy día.
Lo que sabemos es que muchos de los kami que ahora se veneran por todo Japón eran en origen los ancestros de algunos grupos familiares, incluyendo clanes con poder político, emigrantes de la península coreana. Las crónicas imperiales japonesas (recopiladas por primera vez a principios del siglo VIII) documentan tensiones entre la corte gobernante de Yamato (entendida como “local”) y otros linajes familiares (que figuran de formas diversas como “locales” o “extranjeros”).
Desde la perspectiva de la corte, muchas deidades -incluso la antepasada imperial putativa Amaterasu, la diosa del sol- eran entidades peligrosas que debían ser aplacadas para que su ira no trajera consigo hambrunas o pestes. En el antiguo Japón la idea era mantener contentas a las deidades para que no se les ocurriera hacer algo horrible.
Los relatos populares describen con frecuencia el sintoísmo como una religión presente en Japón desde tiempo inmemorial, pero los santuarios sintoístas más antiguos existían como parte de grandes complejos rituales administrados por linajes de monjes budistas, y considerados predominantemente en términos budistas.
Aunque algunos de los santuarios, como Kasuga Taisha, de Nara, son ciertamente muy antiguos, otros que transmiten un aire de gran antigüedad son en realidad bastante modernos. El santuario Meiji Jingū de Tokio, por ejemplo, es una atracción turística popular que se construyó para deificar al Emperador Meiji tras su muerte, en 1912.
El santuario se completó en 1920, y su terreno refleja las teorías urbanísticas sobre las necesidades de ocio de los habitantes de ciudades modernas tanto como las teorías clásicas sobre la disposición de los bosques sagrados del sintoísmo (chinju no mori). Los santuarios han sido históricamente lugares tanto para el espectáculo como la lúgubre veneración.
Por ejemplo, ciertos hombres de negocios de la zona de Kioto que querían impulsar el turismo local patrocinaron la construcción del santuario Heian en 1895, y el santuario Yasukuni de Tokio figuraba como lugar de entretenimiento carnavalesco mucho antes de convertirse en el solemne monumento de guerra que es hoy día.
Centros comunitarios y destinos turísticos
¿Qué hace, pues, la gente en los santuarios? La visita al santuario Yoshida que he descrito antes representa cómo es un santuario grande un día de festival: hileras de gente, puestos comerciales a los lados del camino hacia el santuario, montones de comida y bebida.
Muchos festivales cuentan con desfiles escandalosos, cargados de alcohol, en los que los lugareños llevan a cuestas la deidad principal alrededor del terreno del santuario en un pequeño santuario portátil (mikoshi), deteniéndose en algunos lugares determinados (otabisho) en el camino, antes de devolver la deidad a su lugar. Existen numerosas variaciones regionales de este protocolo.
Algunas incluyen actuaciones de danzas sagradas (kagura). En otras, los miembros de la comunidad arrastran pesadas carrozas con ruedas (dashi) por las calles.
Organizar un festival requiere un desembolso significativo por parte de la comunidad local. Los santuarios de zonas rurales en proceso de despoblamiento luchan con dificultad por mantener las tradiciones de sus festivales vivas, e incluso los santuarios urbanos deben a veces reclutar trabajadores de oficinas cercanas para llevar a cabo las arduas preparaciones que requiere un festival.
La mayor parte de los santuarios, tanto urbanos como rurales, tienen un grupo de miembros prominentes de la comunidad (casi siempre hombres) llamado sōdai que funciona como la junta de directores del santuario, y toma la iniciativa para organizar y financiar los eventos del santuario. Los donantes reciben reconocimiento en forma de linternas y placas estampadas con sus nombres, así que los festivales también sirven como oportunidades para que los negocios locales se promocionen.
Curiosamente el patrocinio corporativo contribuye a la diseminación de los ritos del sintoísmo en el extranjero. En febrero de 2019, por ejemplo, una empresa astillera japonesa celebró el bautizo de un barco al estilo sintoísta en su fábrica de los suburbios de Shanghái.
Los días que no hay festival los santuarios pequeños suelen ser lugares tranquilos que solo visitan los lugareños. Los sacerdotes realizan servicios rituales para los parroquianos: purificaciones (oharae) para erradicar influencias malignas, ritos de paso para niños y rituales jichinsai que purifican la tierra antes de una nueva construcción.
Por el contrario, los santuarios principales como Fushimi Inari (en Kioto) atraen hordas de turistas cualquier día del año; muchos también funcionan como espléndidas localizaciones para bodas. Estos grandes santuarios son también visitas populares los primeros días del Año Nuevo, una práctica denominada hatsumōde.
Por ejemplo Meiji Jingū, de Tokio, puede llegar a ver 3 millones de visitantes en ese corto periodo de tiempo, y la cercana estación de tren de Harajuku cuenta con una plataforma especial para acomodar el inusual flujo de visitantes. Curiosamente, la tradición del hatsumōde surgió como resultado de campañas publicitarias de las corporaciones ferroviarias a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se les ocurrió promocionar la idea de las visitas a los santuarios en Año Nuevo como forma de aumentar sus ventas.
En una moda relativamente reciente, ciertas personas sin formación como sacerdotes sintoístas han designado santuarios específicos como “puntos de poder”, lugares donde la gente puede recibir misteriosas energías. Algunos santuarios se han convertido también en destinos turísticos para los aficionados al anime que quieren visitar los santuarios reales que sirvieron como modelo para santuarios retratados en sus películas favoritas.
Los sacerdotes pueden aprovecharse de estas modas tejiendo narrativas extraoficiales sobre puntos de poder y anime en sus festivales o en las tablillas votivas (ema) que venden; otros tratan de canalizar las prácticas poco ortodoxas de los visitantes hacia los ritos “oficiales”, con diversos grados de frustración y éxito.
La práctica de la oración
Dado que sintoísmo parece ser esencialmente “japonés”, se podría suponer que los japoneses saben intuitivamente cómo comportarse en los santuarios. Pero resulta esclarecedor que muchos santuarios muestren instrucciones escritas en japonés del protocolo “correcto” para venerar a los kami (dos reverencias, dos palmadas, juntar las manos mientras se realiza una petición, otra reverencia profunda).
Los sacerdotes de los santuarios también cuelgan carteles que enseñan a la gente cómo realizar las reverencias a los kami cada vez que pasan bajo un pórtico torii. Estas iniciativas sugieren que los sacerdotes sintoístas siempre están enseñando a los japoneses cómo practicar correctamente su propia tradición “japonesa”.
La práctica es, en verdad, una buena forma de comprender el lugar que ocupa el sintoísmo en la vida japonesa contemporánea. Para muchas personas, hoy día, los santuarios son un lugar para interactuar con las deidades, tanto de forma casual o con gran entusiasmo.
Tanto si creen que los kami del santuario existen de verdad como si no, es irrelevante, porque la gente habla como si los kami existieran cuando adquieren amuletos para la seguridad vial, o cuando cargan con un santuario portátil por el barrio. Practican el sintoísmo. Ya saben, por si acaso.
Fuente: https://www.nippon.com/es/japan-topics/b05218/
¿Cuales son las creencias del Sintoísmo?
El sintoísmo es un conjunto de creencias de carácter politeísta fundadas en la adoración de los kami o espíritus de la naturaleza, a los que se honra en templos y festividades
Algunos de los kami más conocidos:
- Amaterasu Ōmikami, la Diosa del sol.
- Ebisu, uno de los siete Dioses de la fortuna.
- Fūjin, el Dios del viento.
- Hachiman, el Dios de la guerra.
- Inari Ōkami, el Dios del arroz y la agricultura.
- Izanagi-no-Mikoto, el primer hombre.
- Izanami-no-Mikoto, la primera mujer.